Seasonal World
¿Quieres reaccionar a este mensaje? Regístrate en el foro con unos pocos clics o inicia sesión para continuar.
Últimos temas
» El angel del otoño Juliet
Capítulo 3 - Otoño Icon_minitimeSáb Ago 20, 2011 5:31 pm por Hades

» su tercero nuevo usuario? .+.
Capítulo 3 - Otoño Icon_minitimeSáb Ago 20, 2011 12:03 pm por Juliet Casel

» ~ Reglas! ~
Capítulo 3 - Otoño Icon_minitimeJue Ago 18, 2011 5:39 pm por Juliet Casel

» Institute Bite Me
Capítulo 3 - Otoño Icon_minitimeSáb Ago 13, 2011 9:44 pm por Invierno - Coon

» Capitulo 4 - Invierno
Capítulo 3 - Otoño Icon_minitimeSáb Ago 13, 2011 8:08 pm por Invierno - Coon

» El principio del fin.
Capítulo 3 - Otoño Icon_minitimeMiér Ago 03, 2011 4:08 pm por Hades

» Capítulo 3 - Otoño
Capítulo 3 - Otoño Icon_minitimeLun Ago 01, 2011 10:48 pm por Otoño - Louis Delacroix

» Su segundo nuevo usuario
Capítulo 3 - Otoño Icon_minitimeMiér Feb 02, 2011 8:38 am por Hades

» Ficha: Karol Päyne Höflêr
Capítulo 3 - Otoño Icon_minitimeJue Ene 27, 2011 9:51 pm por Hades

¿Quién está en línea?
En total hay 1 usuario en línea: 0 Registrados, 0 Ocultos y 1 Invitado

Ninguno

[ Ver toda la lista ]


El record de usuarios en línea fue de 12 durante el Dom Ago 12, 2018 5:27 pm

Capítulo 3 - Otoño

Ir abajo

Capítulo 3 - Otoño Empty Capítulo 3 - Otoño

Mensaje por Otoño - Louis Delacroix Lun Ago 01, 2011 10:48 pm

Advertencias: Esquizofrenia, incesto, lenguaje abstracto (?) y muerte 8D. Me libero de la responsabilidad de los problemas mentales que esto pueda causar.

-----------

“Lloramos al nacer porque venimos a este inmenso escenario de dementes.”
Shakespeare.


Pongamos por un instante nuestra mente completamente en blanco. No existe nada más que el blanco puro y deslumbrante de la luz etérea. Imaginemos pues, que poco a poco nuestros sentidos van despertando y entonces, sólo entonces, las imágenes, el sonido y el tacto comienzan, poco a poco, a tomar forma. El brillo incandescente va cambiando progresivamente a los tonos ocre que deliciosamente pintan el firmamento de otoño. Pero también nuestra piel degusta la sensación. Esa de brisa fresca acariciando gentilmente nuestro cuerpo mientras las hojas secas bailan sobre el aire. Hacen que un espectáculo más bien fúnebre parezca una obra de arte.

Pero más allá de ese paisaje casi onírico, se encuentra una sensación más dulce. Podría provocar tanto sonrisas como llantos o escalofríos. Tanto darle calidez a un alma como congelarla en un solo compás.

Es una voz masculina. Una voz melodiosa. Se tongonea entre el sonar del viento, del paso apresurado de la brisa entre los copetes de los árboles viejos del jardín de las Tullerías.

Así sonaba la voz de Louis.

Nadie en París sabía cuándo aquel muchacho había comenzado a deambular por los jardines y demás alrededores tan seguido, ni en qué momento se había convertido, prácticamente, en una leyenda urbana transmitida de oído a oído entre las señoritas parisinas. Algunos alegaban que era casi como un espíritu errante, una especie de flautista de Hamelín. Otros lo veían, en una concepción más simplista, como alguien que había perdido la razón.

Para el rubio, no era ni lo uno, ni lo otro. Con aquella sonrisa que parecía estar perpetuamente burlándose del rostro confundido de sus espectadores casuales, desplegaba sin vergüenza su rango vocal. ¡Oh, que resonara alto! ¡Que le escucharan! ¡Que los acordeones de los músicos callejeros le acompañaran en su canto! Porque tal vez, así y sólo así, su hermano podría escucharle. Su hermano gemelo, el otro lado del espejo, ese reflejo tan irónicamente diferente, pero tan perfecto.

A veces, mientras hacía su espectáculo musical, se quedaba silencio por unos segundos. Y sólo podía sonreír más, porque el amable viento le traía como regalo el saludo de su hermano. La voz ajena al principio sonaba tan distante como un sencillo eco. Pero era sólido, estaba ahí. Y cada día el sonido se hacía más palpable. Como si respondiera a su canción, como si le hiciera gracia. Como un tesoro de recompensa por su bohemio estilo de arte. Un tesoro exclusivamente en otoño.

Louis no tenía mucho en ese entonces, más que sus botas, su abrigo heredado y aquellos mitones viejos y ligeramente raídos. No era como si necesitara oro. La vieja casa de sus padres aún seguía en pie en uno de los barrios colindantes. Pero, simplemente, no era su estilo el pasar el día resguardado por una chimenea a penas funcional. Tal vez sencillamente prefería los pequeños placeres de la calle. Giñarle el ojo a una parisina de forma insinuante mientras ésta caminaba de la mano con su marido, dormir sobre la cama de hojas del parque, comprar pan fresco en la esquina del callejón. No podía figurarse desde cuando había desarrollado la habilidad de poder sentir tanta felicidad estando tan solo. Tampoco desde cuándo aquella voz se había convertido en la única cosa necesaria para llenar sus días.

Sólo deseaba oírle cantar antes de que pasara el otoño. Cantar en dúo sería divertido. Aunque siendo su hermano un ser tan tímido, quizás se rehusara. Quizás tendría que jugar un poco hasta que accediera. Después de todo, eso no fallaba nunca.

Lamentablemente, aún tenía sólo su voz. Ni su rostro, ni su cuerpo. Se quedó en silencio, esperando que sus tímpanos degustaran al menos uno de esos suaves murmullos. Louis sintió su corazón saltarle del pecho cuando notó que esta vez aquellas palabras formaban una melodía. Esa que él siempre cantaba alrededor de los jardines. ¡Quien lo habría pensado! Miró hacia todos lados, esperando poder seguir la fuente de la música.

J'en vois des qui se donnent, donnent
Des bijoux dans le cou
C'est beau mais quand mme
Ce n'sont que des cailloux

Terminó finalmente por salir de la zona. Uno, dos tres, mil pasos apresurados chocando contra el pavimento por toda la avenida tardía, corriendo como si, en realidad, el mañana no existiera. Aquella voz, esa dicción cada vez más clara, más alta, más cercana. Pudo haber sonreído si la adrenalina no hubiese estado tomando todo su aliento. Sus pasos se detuvieron violentamente al pisar sobre Pont Neuf.

Des pierres qui vous roulent, roulent
Et qui vous coulent sur les joues
J'aime mieux que tu m'aimes
Sans dpenser tes sous

No pudo tomar aire. No pudo pronunciar palabra. Incluso el pecho le dolía, como una especie de presión asfixiante que le quemara la garganta. Porque él estaba ahí. Parado sobre el borde de la baranda de piedra del puente.Justo como aquella vez, no pudo ni siquiera mover un músculo. Pero, ¿por qué esa escena de nuevo? ¿Por qué se repetía?

“¿Tanto te intimida mi talento, hermano? Vamos, déjame escucharte una vez.”

Los pies de quien fuese su gemelo oscilaban casi de manera juguetona sobre el peligroso filo. Louis estiró su mano, ligeramente temblorosa. Mientras su hermano siguiera cantando, mientras siguiera balanceándose sobre el filo, él no podría si quiera respirar. Era mudo. Pero ya no ciego.

“Cuando regrese, tal vez en otoño. ¿Qué te apetece oír, Louis?”

La figura le observó desde su posición. Le sonrió a penas. Y sin embargo, aquellos orbes ocres resultaban para él como dos cuchillas lacerantes. Su voz comenzó a herirle. De repente… olía demasiado a realidad.

“Lo que sea resultará interesante saliendo de una boca tan poco usada como la tuya, mon frère.”

Y desde el pasado otoño, ya su mente no sabía lo que ‘realidad’ significaba. Sus vecinos solían llamarle a eso 'esquizofrenia'.

“Lo prometo.”

La figura saltó finalmente hacia las profundidades del río Sena. Pero jamás se escuchó el impacto contra el agua. Una alucinación. Eran todas alucinaciones. La voz de su hermano llamándole cada día había sido mentira. Cada palabra, cada nota, cada tesoro, cada sueño, cada tono. Incluso cada respiración. Porque su hermano se había ido hace un año. Porque su voz se había ahogado en el río junto con esa inmaculada cara del espejo.Y le tomó hasta otoño notarlo. Casi hilarante.

Subió al borde de Pont Neuf como lo hubiese hecho aquella recreación de su mente. Se mantuvo de pie. De repente la brisa resultó más refrescante que nunca. Contempló que la danza de hojas pardas se hacía más vistosa cuando éstas descendían agraciadamente sobre la superficie del agua, tan refinadas que no proferían ni un sonido.

Quizás desde el principio él mismo había sido como una de esas hojas secas ornamentando el panorama otoñal. Curvó sus labios profiriendo esa misma sonrisa sardónica que siempre sacaba a relucir cuando temía, probablemente, tomarse algo demasiado en serio. Pequeñas gotas saladas tocaron su boca. Pero no vaciló en su gesto. Seguía siendo una situación bastante cómica, desde algún ángulo. Incluso rió.

–Es egoísta de tu parte, hermano. Pero si voy contigo… ¿cantarías para mí?






Imaginemos ahora el sonido del agua turbada desvaneciéndose lentamente de nuestros oídos. Y que aquella luz amarillenta alegrando nuestras retinas se va opacando lentamente, así como el sonido de las hojas que chocan contra el pavimento. Todo queda exactamente como en un principio. Un lienzo limpio, puro. Pero el color que lo envuelve todo ahora es negro. Una oscuridad intensa, tranquila. Sentimos como si en ella pudiésemos dormir por siempre. Es como una deliciosa hipnosis. Porque lo único que existe es aquella voz. Lo único que resuena.

Lo único que, finalmente, nos transporta de nuevo al mundo real.

Este, a donde todos viajan eventualmente, pero en donde nadie vive.

Se dice que desde entonces cada otoño una canción espectral se puede oír alrededor de las Tullerías. Una voz que se lleva las penas de la realidad así como el viento arrastra las hojas secas.



Louis Delacroix (1900 – 1916).
Otoño - Louis Delacroix
Otoño - Louis Delacroix
Estaciones - Otoño

Mensajes : 2
Fecha de inscripción : 01/08/2011

Volver arriba Ir abajo

Volver arriba

- Temas similares

 
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.